Hoy os vengo a hablar de uno de los descubrimientos más
reveladores del siglo XX, el ADN.
El ácido desoxirribonucleico, abreviado como ADN, es un
ácido
nucleico que
contiene instrucciones genéticas usadas en el desarrollo y funcionamiento de
todos los organismos vivos conocidos y algunos virus, y es responsable de su
transmisión hereditaria. El papel principal de la molécula de ADN es el
almacenamiento a largo plazo de información. Muchas veces, el ADN es comparado con un plano o una receta, o un
código, ya que contiene las instrucciones necesarias para construir otros
componentes de las células, como las proteínas y las moléculas de ARN. Los
segmentos de ADN que llevan esta información genética son llamados genes, pero
las otras secuencias de ADN tienen propósitos estructurales o toman parte en la
regulación del uso de esta información genética.
El ADN es el código que marca los patrones genéticos de
nuestros antepasados, y a través de los años estos han ido pasando generación
tras generación.
No vamos a extendernos en exceso en terminologías
científicas porque ni es necesario para lo que aquí se pretende explicar ni
poseo los conocimientos para hablar con autoridad del tema, lo que si podemos
decir es que el ADN, la genética en general, es heredada por las generaciones
venideras, por lo que no es de extrañar que cuando un nuevo miembro de la
familia llega al mundo se le suela comparar con sus primogénitos. A veces el
niño o la niña tiene la nariz del padre, los ojos de la madre, la expresión del
abuelo…
Sin embargo no somos copias idénticas de nuestros padres,
desde que nacemos, desarrollamos ciertos “atributos” físicos únicos en cada
ser, como por ejemplo las huellas dactilares, o el iris de los ojos ya que a
pesar de poder tener los ojos del mismo color que nuestro primogénito o
primogénita, nuestros ojos son únicos en la forma, definición etc…
Obviamente a nivel psicológico tampoco somos clones, pues
a pesar de recibir una educación, de vivir en un ambiente característico
familiar de valores inculcados, etc. Cada niño desarrollará un carácter y una
forma de ser muy personal y que irá creciendo con éste transformándose a lo
largo de la vida.
Muchos os estaréis preguntando qué tiene todo esto que
ver con el JKD. En realidad mucho más de lo que podamos imaginar.
El Jeet Kune Do creado por Bruce Lee era su JKD, me explico. El creó un sistema
basado en su forma de ver las artes marciales, en su estructura física, etc. Podría
decirse que él creó el ADN del JKD, una base, unos principios que podemos hacer
nuestros para evolucionar, pero a partir de ahí no podemos quedarnos solo con
esto, pues de ser así no seremos, sino haremos, nos convertiremos en una
imitación de algo que tan siquiera acabamos de comprender.
El artista marcial debe evolucionar constantemente, tu
carácter, tu forma de actuar ante la vida, tu ser más natural y primitivo, debe
quedar grabado como una impronta personal, tu JKD has de ser tú, expresándote
libremente.
Ese es el camino que todo practicante ha de seguir, el
hecho de que en tu sangre lleves los genes de tus padres no significa que tú
seas tus padres, tú eres tú, y como tal, un ser único e irrepetible.
De igual manera, el hecho de que utilices las enseñanzas
de Bruce Lee, o las de tu maestro para tu desarrollo en las artes marciales no
hará que te conviertas en ellos, usa lo aprendido, desecha aquello que no te
sea esencial, aprende y desaprende constantemente y sobretodo, crea cada día tu
JKD, que al igual que tú, ha de ser único e irrepetible.
Be wáter.